Taxis y cosas raras
MARTÍN ANDRÉS GARCÍA MARÍ
MARTES 4 DE SEPTIEMBRE DE 2001 • DIARIO DE IBIZA
Desde la caída del muro de Berlín y el consecuente desmoronamiento del comunismo, demasiadas veces se aplican las recetas del vencedor, como si por el mero hecho de haber sobrevivido al comunismo las recetas liberalizadoras del capitalismo tuviesen que conjugarse con el verbo acertar. Sólo hay que mirar un poco alrededor nuestro para comprobar que la aplicación de las reglas del mercado en multitud de casos lo único que producen es un aumento de precios. Ejemplos de esto último no faltan: precios de los carburantes, transportes entre Ibiza y Formentera,… Pero la aplicación de las recetas del mercado no significa siempre un menoscabo de la posición del usuario o consumidor. Hay otras muchas ocasiones en que el mercado, sencillamente, funciona. Y cuando esto ocurre el mercado casi resulta mágico. Lo que ocurre en un sector en el que el mercado pueda actuar es que el mero hecho de que las administraciones se dediquen a algo más que no sea garantizar el buen funcionamiento del mercado termina empeorando la situación.
Pues bien, uno de los sectores en los que el mercado debe ser el que regule demanda y oferta es el del transporte público del taxi. El número de licencias no debe decidirse por ninguna Administración, debe ser el mercado el que regule el número de vehículos que se ofrezcan. Y si faltan, ya habrá gente que adecue un vehículo y entre en el mercado. Y si sobran, ya habrá taxistas que vendan el vehículo y se dediquen a otra actividad. La Administración -por definición- nunca acertara en el número adecuado de licencias, siempre se equivocará. Las administraciones sólo deben preocuparse de ciertas cuestiones: garantizar unos servicios mínimos en invierno, una correcta inspección de los vehículos y que no exista concurrencia de precios entre los taxistas. Esa sería la forma más eficiente de asignar los recursos en este sector. Así debería ser la realidad, y si no lo es, peor para ella. Y así está ocurriendo: la actual situación es desastrosa para todos: usuarios, turistas, para nuestra imagen, y hasta para nuestra seguridad si nos cruzamos con algún taxi en verano.
Hay una pregunta que nos deberíamos hacer: ¿por qué para explotar un taxi se necesita una concesión administrativa y para vender berenjenas -por ejemplo- no? Podemos entender que para botar un barco de pesca las concesiones tengan que ser limitadas, pues también lo son los recursos del mar, pero el número de taxis, ¿por qué no debe de ser tan libre como lo es el número de coches de alquiler? ¿Cuál es la lógica que reside detrás de este hecho? La respuesta es sencilla: ninguna. Más que por lógica, la explicación viene dada por historia o tradición: la vieja tradición española de burocratizarlo todo y de ponerle todos los impedimentos posibles a la actividad económica.
Hay otra cuestión que también juega, especialmente cuando la decisión de conceder nuevas licencias la tenga que tomar un gobierno de izquierdas. ¿Qué es una concesión administrativa? Una concesión administrativa no es sino un privilegio. ¿No era un principio básico de la izquierda el terminar con cualquier tipo de privilegio? Lo increíble no es ya que un gobierno progresista pueda estar menoscabando los intereses de aquellos a quien dice defender, los trabajadores, sino que se defiendan los intereses de rentistas, privilegiados o capitalistas aun por encima de los intereses supremos de la sociedad. Hacer política no es intentar quedar bien con todo el mundo. Como decía Oscar Wilde: “No sé darte el secreto del éxito, pero si el del fracaso: intenta gustarle a todo el mundo”.
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